The People’s Orb was bid a fitting farewell from Australian shores, carrying with it the hopes of future generations for a fair and binding climate treaty to be delivered by world leaders at next week's UN Climate Conference in Copenhagen.With a 350 gigabyte hard drive at its heart, The People’s Orb will now relay to the other side of world downloading an array of digital files en route to the Danish capital. It will collate the voices, images and action of citizens across the globe, creating a mosaic of human expression calling for our world leaders to take definitive action on climate change.
The People’s Orb has already sparked great discussion in social media circles as to what should be included as a representation of the global call for climate action. With suggestions ranging from popular culture, with Michael Jackson’s Earth Song, to the provocative, with photos of world leaders’ children and grandchildren, and various inspirational quotes from history, there is no shortage of human interest in this historic document. In addition to public suggestions, The People’s Orb will contain key climate change reports from the world’s most eminent scientists, thoughts from the world’s great minds extolling the moral imperative of immediate climate action and representation from the leaders of the world’s cities calling for action on climate change.
Regresar de la FIL es como terminar de leer una buena novela. Hay un hoyo en el centro de las horas o días que siguen al enorme festín. Se está a disgusto en la normalidad, luego de haber probado lo extraordinario. Y todavía más que eso, lo impredecible. Nunca, en lugar alguno, he visto o concebido semejante parque temático dedicado a los libros y sus devoradores. La gente se aglomera en los eventos y corre de uno a otro como un niño entre el Pulpo y la Montaña Rusa veinte minutos antes del cierre del parque. No es raro que a menudo las ponencias resulten salpicadas de gracias y desmesuras infrecuentes en otros foros, visto el estado de ánimo imperante, allí donde por una vez la generosidad y el apetito resultan una y la misma cosa.
Me precio de haber sido, en otros años, un cazador de autógrafos de pesadilla. No puedo, pues, por menos de mirar las filas de la FIL con una suerte de simpatía secuaz. Y he aquí que una mañana, la semana pasada, de visita en una escuela Vocacional, a una alumna avispada —lectora implacable— se le ocurrió lanzarme una bola de fuego en forma de pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que pediste un autógrafo, y a quién? Luego de un titubeo balbuceante, hube de confesarle que pasó hace tres meses: en una pelota el de Rafa Nadal y en un gafete el de Roger Federer. No me iba a ir sin ellos, le expliqué, y ya muy tarde pensé en abundar: a mi modo, soy un lector asiduo del juego de quienes considero los mejores tenistas de la historia. Unas horas más tarde, me topo con David Toscana, que no tarda en mostrarme su libro recién dedicado por la pluma de Orhan Pamuk. Lo dicho: nadie sabe para quién trabaja, pero al cabo quién dijo que éste era un trabajo. Ningún trabajo envicia con la fuerza de un juego. Ni esclaviza, ni colma, ni recompensa, todo a un tiempo. Los lectores lo saben: por eso están ahí.