Regresar de la FIL es como terminar de leer una buena novela. Hay un hoyo en el centro de las horas o días que siguen al enorme festín. Se está a disgusto en la normalidad, luego de haber probado lo extraordinario. Y todavía más que eso, lo impredecible. Nunca, en lugar alguno, he visto o concebido semejante parque temático dedicado a los libros y sus devoradores. La gente se aglomera en los eventos y corre de uno a otro como un niño entre el Pulpo y la Montaña Rusa veinte minutos antes del cierre del parque. No es raro que a menudo las ponencias resulten salpicadas de gracias y desmesuras infrecuentes en otros foros, visto el estado de ánimo imperante, allí donde por una vez la generosidad y el apetito resultan una y la misma cosa.
Me precio de haber sido, en otros años, un cazador de autógrafos de pesadilla. No puedo, pues, por menos de mirar las filas de la FIL con una suerte de simpatía secuaz. Y he aquí que una mañana, la semana pasada, de visita en una escuela Vocacional, a una alumna avispada —lectora implacable— se le ocurrió lanzarme una bola de fuego en forma de pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que pediste un autógrafo, y a quién? Luego de un titubeo balbuceante, hube de confesarle que pasó hace tres meses: en una pelota el de Rafa Nadal y en un gafete el de Roger Federer. No me iba a ir sin ellos, le expliqué, y ya muy tarde pensé en abundar: a mi modo, soy un lector asiduo del juego de quienes considero los mejores tenistas de la historia. Unas horas más tarde, me topo con David Toscana, que no tarda en mostrarme su libro recién dedicado por la pluma de Orhan Pamuk. Lo dicho: nadie sabe para quién trabaja, pero al cabo quién dijo que éste era un trabajo. Ningún trabajo envicia con la fuerza de un juego. Ni esclaviza, ni colma, ni recompensa, todo a un tiempo. Los lectores lo saben: por eso están ahí.
Me gustó celia, gracias. y además me hizo acordarme de nuestros días por ahí en la FIL, persiguiendo también autógrafos de autores de libros.Un saludo