El asesinato de Rodolfo Torre Cantú en Tamaulipas confirma una vez más que el principal logro de la transición y la democracia electoral se agotó. ¿Y ahora qué?
La democracia es rigurosa. Para funcionar apropiadamente requiere de un mínimo de seguridad económica y física. Hace 10 años hubo alternancia en la Presidencia y seguimos siendo un país de pobres y multimillonarios, mientras que la violencia obnubila el entendimiento. A Torre Cantú lo ejecutaron ¿por lo que había hecho o por lo que quería hacer? Nunca lo sabremos. En lugar de certidumbres nos abrumarán con versiones encontradas que serán los tabiques para edificar la capilla a la Santa Impunidad, hermanastra de la Santa Muerte.
En el 2000 creíamos que llegábamos al Olimpo de las elecciones confiables, en el 2006 nos desengañamos y en el 2010 observamos azorados cómo los comicios son controlados por unos cuantos. No nos engañemos. Los ciudadanos somos comparsas de los grandes electores: las burocracias de los partidos, los gobernadores, algunos empresarios y sindicatos, el crimen organizado. Pelean con tanta ferocidad porque se juegan cargos, presupuestos y negocios. No hay
equidad, control sobre el dinero o certidumbre pues los órganos electorales están sometidos o atemorizados. Y ahora vemos cómo la urna es la versión moderna de la piedra de los sacrificios.
Toda proporción guardada, estamos de regreso a los inicios de la transición. Los inconformes tenemos tres caminos: tomar las armas, seguir confiando en que la redención llegará de alguna manera por medio del voto o empeñarnos en la defensa cotidiana de los derechos en condiciones adversas. Desecho la violencia y en las condiciones actuales seguiré anulando mi voto. Sería de masoquistas seguir concentrándonos tanto en las elecciones cuando la democracia también se
construye de otras maneras. Nos queda el compromiso permanente.