Celia II
  • Eduardo Rabasa - Milenio 011-12-11•Cultura

    Ayer me acordé de ti porque escribí un articulillo que salió en “Milenio”, que tiene que ver (un poco, creo yo), con los temas de tu blog. Básicamente, la idea es que es imposible cambiar un sistema si no cambian antes las mentes de los que le dan forma, pero no en el sentido de una élite malvada gobernante que manipula a los pobres ciudadanos, sino que son los patrones mentales colectivos los que a fin de cuentas desembocan en un estado de cosas determinado. Orwell contaba que escribió “Animal Farm” un día que se dio cuenta de que un caballo era más fuerte y poderoso que un humano, y que si sólo lo supiera podría fácilmente escaparse y aplastarlo, pero que como no tiene conciencia de eso vive irremediablemente sometido. En ese sentido, si un blog como el tuyo llega a miles de personas y los hace pensar, reflexionar, etc., por supuesto que tiene un impacto.


    A mí lo que me preocupa con los temas del narco es que a menudo se les da un tratamiento maniqueo, en donde los “malos” son tanto los narcos violentos como el gobierno estúpido, pero es como si los ciudadanos no tuvieran nada que ver con el tema y me parece que eso es lo que es falso. En primer lugar, porque la violencia tiene una relación directa con la desigualdad y la pobreza, y en eso por supuesto que participamos todos los que buscamos un estilo de vida acomodado sin tener en cuenta que eso excluye a los demás. En segundo, porque a fin de cuentas las drogas las consume la gente, y si no nos gustara tanto drogarnos (es decir, si no hubiera una demanda tan cabrona), pues simplemente no habría negocio. Los narcos no obligan a nadie a drogarse, simplemente satisfacen una necesidad y un impulso que por más campañas y campañas que haya jamás va a desaparecer. Claro que la sociedad es víctima de la violencia, pero lo que yo creo que a menudo falta en los análisis del tema es decir que TAMBIÉN, y no de una forma menor, es cómplice de lo que sucede.

Thom Yorke en Occupy London.
Thom Yorke en Occupy London. Foto: Especial

Para Izara

Si una revolución destruye un gobierno sistemático, pero los patrones sistemáticos de pensamiento que produjeron ese gobierno permanecen intactos, entonces esos patrones se repetirán en el gobierno subsecuente”. En pocas palabras, Robert M. Pirsig sintetizó el que quizá sea el mayor obstáculo para transformar la realidad: la falta de imaginación. En la actualidad, la minoría que se aferra a su estilo de vida material y frívolo, fundamentado en la gratificación instantánea a toda costa, unida por una luminosa cursilería comunicada mediante sus deslumbrantes juguetes tecnológicos, cuenta con una gran arma para reclutar nuevos adherentes a su bando: su propuesta es mucho más seductora y cool que la incierta alternativa de quedarse fuera de la orgía de autoindulgencia.

De ahí la importancia enorme de un pequeño acto simbólico ocurrido hace unos días. Thom Yorke de Radiohead y 3D de Massive Attack aparecieron por sorpresa en la sede del movimiento Occupy London para hacer de DJs en su fiesta navideña. Lejos de las celebridades que apoyan causas humanitarias como mera autopromoción para justificar sus lujosos excesos, los músicos simplemente querían dar las gracias a una causa con la que simpatizan. Su gesto revela lo que podría ser un principio esencial de toda manifestación de protesta: hay que arrebatar el monopolio de la diversión a los maniquíes huecos que defienden el status quo. Con su poesía musical que es en buena medida un lamento de y por los desposeídos, Yorke es una amalgama de sensibilidad artística con una aguda inteligencia. Su voz y su música son una hermosa queja ante el endurecimiento del alma colectiva. Radiohead es como una astilla encajada en un sistema que cada vez excluye a más gente del voraz círculo de “yuppies networking”, empeñados en acolchonar sus burbujas para poder vivir como si no existiera un mundo distinto a su alrededor. Poniendo a bailar a la concurrencia, Yorke y 3D demostraron la otra noche que no es necesario ser imbécil para poder pasarla bien.