Celebrando la imprenta, Thomas Carlyle escribió: “La verdadera universidad hoy es una colección de libros.” Después de la imprenta, ¿se justifica todavía la universidad? Lo más que puede hacer un maestro universitario por nosotros es lo mismo que un maestro de primaria: enseñarnos a leer (Los héroes, v). Pero hoy los universitarios no leen. Las universidades tienen otra orientación. Son ante todo vías trepadoras que venden credenciales de saber para subir, acompañadas (como todo producto gancho) de una oferta curricular que redondee el paquete y parezca justificar la credencial. Si se limitaran a vender los mismos cursos sueltos, se les caería el negocio.
Iván Illich propuso prohibir que los solicitantes de empleo fueran discriminados por no tener credenciales (La sociedad desescolarizada). Sería justo, y devaluaría las credenciales a favor de la capacidad real y demostrable. Pero no parece fácil legislarlo frente a los cabildeos de instituciones y sindicatos que defenderían ferozmente el negocio.
No se puede ignorar que la demanda de credenciales deriva de una confusión entre el apetito de saber y el deseo de progreso. El título y el automóvil son símbolos poderosos, casi religiosos, de la cultura del progreso. Por eso, las universidades y el tráfico seguirán empeorando y costando cada vez más. Los lujos masificados resultan más costosos que lujosos.
Por eso hay que resignarse, por ahora, al negocio de los títulos universitarios. Pero no a que el negocio arruine lo principal: el apetito de saber. Hay opciones para evitarlo: Flexibilizar el menú de las canastas. Quitarle presupuesto al campus en favor de la universidad virtual. Favorecer la educación a tiempo parcial durante muchos años, con títulos parciales sobre la marcha. Introducir el aprendizaje serio de un oficio durante la preparatoria y no permitir el ingreso a la educación superior a quien no demuestre su capacidad como carpintero, herrero, electricista, plomero.
Si todos los universitarios fueran capaces de practicar un oficio, su desarrollo intelectual sería mejor. La inteligencia es corporal. La conexión entre la mano y el cerebro fue decisiva para la evolución de la especie. Además, prestigiar los oficios como hobbies que demuestran pericia y perfección, que son muy apreciados y hasta se prestan a concursos tendría consecuencias sociales deseables. Por lo pronto, igualitarias. La habilidad manual, como la práctica de los deportes, no hace distingos sociales. Una persona socialmente importante puede resultar muy poca cosa en el ejercicio corporal.
Otra consecuencia deseable estaría en los costos y el empleo. En los oficios hay más oportunidades de empleo inmediato, incluso por cuenta propia, combinables con las oportunidades de educación superior en universidades virtuales. Estas combinaciones sí son generalizables para toda la población sin costos asfixiantes. ~
Son los párrafos finales de un excelente artículo de Gabriel Zaid en Letras Libres, que pueden leer completo aquí. La intención es provocarlas a reflexionar respecto a nuestros propios "títulos" y "credenciales" y también a comparar nuestra situación personal ante el aprendizaje y el conocimiento con la situación actual que enfrentan nuestros hijos, y con ellos toda una población de jóvenes mexicanos, de los cuales más de 7 millones son NINIS.
Iván Illich propuso prohibir que los solicitantes de empleo fueran discriminados por no tener credenciales (La sociedad desescolarizada). Sería justo, y devaluaría las credenciales a favor de la capacidad real y demostrable. Pero no parece fácil legislarlo frente a los cabildeos de instituciones y sindicatos que defenderían ferozmente el negocio.
No se puede ignorar que la demanda de credenciales deriva de una confusión entre el apetito de saber y el deseo de progreso. El título y el automóvil son símbolos poderosos, casi religiosos, de la cultura del progreso. Por eso, las universidades y el tráfico seguirán empeorando y costando cada vez más. Los lujos masificados resultan más costosos que lujosos.
Por eso hay que resignarse, por ahora, al negocio de los títulos universitarios. Pero no a que el negocio arruine lo principal: el apetito de saber. Hay opciones para evitarlo: Flexibilizar el menú de las canastas. Quitarle presupuesto al campus en favor de la universidad virtual. Favorecer la educación a tiempo parcial durante muchos años, con títulos parciales sobre la marcha. Introducir el aprendizaje serio de un oficio durante la preparatoria y no permitir el ingreso a la educación superior a quien no demuestre su capacidad como carpintero, herrero, electricista, plomero.
Si todos los universitarios fueran capaces de practicar un oficio, su desarrollo intelectual sería mejor. La inteligencia es corporal. La conexión entre la mano y el cerebro fue decisiva para la evolución de la especie. Además, prestigiar los oficios como hobbies que demuestran pericia y perfección, que son muy apreciados y hasta se prestan a concursos tendría consecuencias sociales deseables. Por lo pronto, igualitarias. La habilidad manual, como la práctica de los deportes, no hace distingos sociales. Una persona socialmente importante puede resultar muy poca cosa en el ejercicio corporal.
Otra consecuencia deseable estaría en los costos y el empleo. En los oficios hay más oportunidades de empleo inmediato, incluso por cuenta propia, combinables con las oportunidades de educación superior en universidades virtuales. Estas combinaciones sí son generalizables para toda la población sin costos asfixiantes. ~
Son los párrafos finales de un excelente artículo de Gabriel Zaid en Letras Libres, que pueden leer completo aquí. La intención es provocarlas a reflexionar respecto a nuestros propios "títulos" y "credenciales" y también a comparar nuestra situación personal ante el aprendizaje y el conocimiento con la situación actual que enfrentan nuestros hijos, y con ellos toda una población de jóvenes mexicanos, de los cuales más de 7 millones son NINIS.
Gracias Celia por lo que haces por nuestro blog.... te va a sorprender, pero acabo de leer el artículo de Zaid, y me pareció muy interesante todo lo que expone, sobre todo cuando se refiere a la importancia de tener un oficio y lo que esto significa en el proceso de aprendizaje, hablando de que el desarrollo intelectual del estudiante seria mejor, me gusto mucho el planteamiento de que seria bueno (obligatorio creo que lo sugiere él), que se tuviera un oficio antes de ingresar a la universidad, y no solo por los beneficios intelectuales que menciona, sino porque es cierto que en muchos casos es más fácil y más rápido encontrar un trabajo cuando se tiene un oficio que cuando se tiene un título profesional. Practicar un oficio como algo extra, nos ofrece incluso la posibilidad de el autoempleo como el lo menciona.
En tiempos de crisis como la que estamos viviendo, mas de uno (y me incluyo), quisieramos tener un oficio del cual poder echar mano. Un oficio es tan digno como una credencial, en este caso un título profesional, no deberíamos de ningunearlos tanto.
ps... el comentario anterior lo hice yo
Lulis Alvarez
que finalmente me meti al blog solo que olvide mi cuenta y mi contraseña.....jajajajajaj
tenia que ser yo!!!