Celia II
Establece la tradición hindú que todo ser humano debe resolver cuatro fines en su existencia: kama, el placer físico; artha, la familia; dharma, la ley moral; moksa, la liberación. El renunciante opta por librarse de todos estos fines menos del último, y trata de cumplir el ideal del santo ermitaño: reducir el mundo cotidiano para simplificarlo, acometer una siega de acciones mundanas que lo auxilie en sus tareas de focalización. Pero quienes permanecen en el mundo y conocen la sabiduría de estos cuatro niveles al vivirlos, no desdeñan que el arte sea un sendero que guía por su interior.

Para demostrar la consideración del arte como yoga, aun del arte menor, Coomaraswamy cita a un antiguo autor, Sukracarya: “Es verdad que el fabricante de flechas no percibe más que su trabajo mientras está inmerso en él, pero, no obstante, mantiene la conciencia y el dominio sobre su cuerpo”. La anulación entre el sujeto y el objeto, el olvido de sí del hacedor y su disolvencia controlada en la acción permiten ser un medio para la unidad de la conciencia y el cuerpo, fin último del yoga. La experiencia directa de ello no sólo es accesible para quien goce de fortuna creativa en cualquier escala y en cualquier arte, sino además para quien se conmueve con su contacto, con su sola presencia.

Fragmento de una entrada del blog de Fernando Solana que puede leerse completo aquí. Recuerden que este blog es uno de los que aparecen en la lista de la derecha de "Las Perras del Mal" y que pueden seguirlo desde allí.
Etiquetas: | edit post
1 Response
  1. Ceci vega Says:

    Celia: Fernando Solana describe muy bien en este artículo lo que sentimos al hacer yoga ó algún otro arte marcial como el tai chi, me agradó la metáfora del hacedor de flechas.