Son los dos modos de la realidad que se enfrentan: lo sustancial y lo efímero, lo inmediato y lo trascendente. No son modos opuestos pero así se perciben y la realidad colectiva es una percepción. No existen entonces los hechos sino las interpretaciones. Sigue siendo esa facultad nuestra más entrañable condición humana: el viático de interpretar los fenómenos que pasan, suceden, unos que surgen y otros que desaparecen.
Dicho lo cual, hablemos del desfile. Primero lo que es cierto: la ineficiencia gubernamental en los festejos, sus tontas obras inconclusas: una estela de luz, un parque, et al. El despilfarro inoportuno, irresponsable, provocador. La paradoja de una derecha allendista, iturbídica y maximiliánica en el gobierno, a la cual le corresponde celebrar un bicentenario cuyo discurso ideológico y montaje patrio —no su realización— es de izquierda radical: Hidalgo, Morelos, Zapata y Villa. El problema de los ritos que subsisten frente a las virtudes ya vaporizadas. La subordinación televisiva del evento a sabiendas de que la sociedad está teledirigida. La manirrota contratación de un australiano productor de espectáculos para la puesta en escena. Las frívolas declaraciones disneylandescas de una de las directoras nativas del show. Los sitios memorables ignorados, las promesas de conmemoraciones no cumplidas, las omisiones en la lista de huesos de los héroes patrios. Etcétera.
Pero hay otra semiótica posible, otra lectura de lo visto, alguna otra interpretación. Durante horas, un orden fantástico que sería efímero corrió gozoso y sorprendente por las calles de la ciudad. Imágenes significantes, múltiples, metáforas visuales y símbolos profundos del inconsciente colectivo mexicano, estéticas crepusculares a granel, como si el turbulento y vital imaginario histórico de la nación se hubiera manifestado en un gran teatro urbano. O para mejor explicación: la crítica política de lo real mexicano, del estado que guardan las cosas, efectuada por el teatro y las artes escénicas nacionales, por el talento de sus realizadores, por la entrega de sus participantes, por la creatividad de sus especialistas.
—Claro que sí es Benjamín Argumedo. El representante perfecto de los políticos mexicanos: todos chaqueteros— afirma Laura, divertida y pícara cuando platicamos del tema, del baboso escándalo mediático vacuamente oportunista, tan idiosincrásico.
Los símbolos aluden a algo más de lo que muestran. Los signos del festejo carnavalesco no deberían ser referidos sólo a ellos mismos, sino a la aparición de lo que la teoría del caos llama un “atractor extraño”, aquello que normará los sistemas en conflicto llevándolos a otra forma de relación: la misma morfología estética atractiva y extraña puesta en escena, que trasfunde y emulsiona las imágenes icónicas de la narrativa histórica, del somos como somos porque nos decimos que así somos. Es un caldero en el que hierven los avisos y mensajes provenientes de aquel lugar donde la alta fantasía llueve.
Un día, entonces, desfiló por las calles de la ciudad un pasado carnavalesco que visualmente contó a los espectadores el futuro siguiente. Por eso fue efímero tal suceso. Como toda anticipación, será comprendida cabalmente sólo cuando vayan llegando sus fechas ahora ignoradas. Tenemos arte, diría Nietzsche, para no morir de realidad.
Fernando Solana Olivares en Milenio Diario del 24 de septiembre de 2010. Leer completo aquí.
Hola Celia
El artículo está muy bueno, muy bien explicado, estoy de acuerdo en lo que dice, y si me gusta el estilo de solana, la diferencia que tengo cn mcuhas personas que vieron el desfile,es que yo he podido sentirme esperanzada...
Por cierto radio uas esta realizando una colecta para verazruz, en la esquina de ciudades hermanas y obregón están ercogiendo todo y en las oficnas de radio en la col. Gabriel Leyva , siguiente caudra de la activa, ojalá podamos unirnos en esto, comida y ropa, gracias