Siempre fui de los que juzgaron bueno que el pueblo conociera, identificara y festejara su historia. Toda su historia.
Para pedir hay que saber dar. Por lo tanto, es justo y necesario reconocer que tras la indefinición de los últimos 5 años sobre las celebraciones y conmemoraciones que el gobierno federal tuvo en torno al Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, el resultado de lo que se vio en el Zócalo y en la ciudad de México el 15 de septiembre, fue mucho mejor de lo que podíamos suponer, dado el desastre que esperábamos.
Otra cosa es discutir si se debía haber hecho eso o algo distinto, lo cierto es que al cuarto para las doce, con la mesa puesta, el secretario de Educación, Alonso Lujambio, se encontró con la posibilidad del mayor desastre de su historia y aunque, repito, se pueden admitir todas las discrepancias sobre lo que se hizo, lo que vimos salió bien.
Terminado el Bicentenario, comenzado el tercer centenario es momento de sacar el balance y de más allá del recuerdo, instaurar lo que es la primera enseñanza de este tiempo: si a México lo hizo su Estado, llevamos ya una serie de años sin modelo, por eso la tarea urgente es inventar un Estado, es recrear un país.
Para lograrlo, debemos empezar a resolver que la gente no tenga a la pistola, al narco y a la violencia como la única salida. Por tanto, el camino se empieza cuando el presupuesto para 2011 incorpore no sólo dinero para balas sino, sobre todo, para el pan. Porque sin pan seguro habrá balas.