Como todo en la vida, esta historia nace de una mujer. No en realidad una, sino varias, en distintos momentos. De la niña de ocho años (y luego nueve, y diez) que me iba revelando secretos que a mi vez atesoraba en el nombre de una novela etérea que había comenzado a escribir tres, cuatro veces, sin una sola de ellas rebasar la página sesenta, a la musa perdida que una tarde volvió de los emborronados dominios del recuerdo a una mesa del Starbucks de Olivar de los Padres donde sonrió otra vez, como cuando tenía dieciséis años y yo con mis dieciocho me alimentaba sólo de sus sonrisas; de la ninfa sureña que perseguí mediante parrafadas palpitantes a la hechicera serbia que me alcanzó el espíritu en secreto; de la que daba cuerpo a los sueños guajiros a la que puso alas en mis pesadillas. Nada me gustaría más que hablar de ellas y ya no de otra cosa, pero se hacen novelas justamente para evitar tamañas imprudencias. Insiste uno en creer que recuerda las cosas con precisión quirúrgica y así da validez a los peores embustes del olvido, y sin embargo, ¿no es a tales enmiendas chapuceras que la literatura debe su existencia?
Reflexiones del propio Xavier Velasco en torno a la gestación de su nueva novela Puedo explicarlo todo. Si quieren seguir leyendo, busquen en la columna de la derecha es el tercer link de "Nuestra lista de blogs"
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